Pierre Guillaume Myrrhiad

Myrrhiad de Pierre Guillaume es uno de esos perfumes que parecen salidos de un ritual antiguo, como si alguien hubiera destilado un templo escondido en el altiplano andino. Esta fragancia gira en torno a una mirra resinosa, cálida y misteriosa, pero con un giro que evita lo predecible: se entrelaza con notas especiadas, anís estrellado y un toque balsámico casi medicinal, pero muy refinado. Es como si estuvieras caminando por el Valle del Elqui al anochecer, cuando el aire se vuelve denso, fragante y silencioso, lleno de estrellas y secretos.

No es la típica mirra densa eclesiástica; Myrrhiad es más sensual que solemne. El anís le da una entrada fresca, un poco licorosa, que se suaviza en una base donde la vainilla oscura y la madera crean una textura cremosa pero ahumada. No grita, susurra —como su nombre, como un conjuro. Si lo hueles en alguien en una noche fría en Valparaíso, entre la bruma y los adoquines mojados, probablemente te des vuelta a mirar.

Funciona increíble en otoño e invierno, especialmente de noche. Tiene esa calidez envolvente que te acompaña como un poncho de lana gruesa en un viaje a la Patagonia, o como ese primer café con especias en julio, cuando Santiago amanece bajo neblina. Dura bien, proyecta con elegancia sin empalagar, ideal para alguien que no necesita impresionar con volumen, sino con presencia.

¿A quién le va? A quien disfruta de perfumes contemplativos, un poco enigmáticos. Si te gustan cosas como Memoirs of a Trespasser de Imaginary Authors o Bois d'Encens de Armani Privé, este te va a hablar en el mismo idioma, pero con un acento más dulce y menos seco. Y si alguna vez encontraste la mirra demasiado pesada o religiosa, aquí la vas a redescubrir.

Úsalo cuando quieras sentirte distinto, más profundo, más conectado contigo mismo. Para una cita íntima, una noche de conversación lenta, o simplemente para perderte entre libros o entre montañas como en Pucón en temporada baja, donde el silencio huele a humo, tierra húmeda y misterio.