Ahh, Black Afgano de Nasomatto... el chico malo de los perfumes nicho. Este no viene a coquetear ni a caer simpático: llega con botas sucias, mirada intensa y una nube de misterio que podría perfumar un bosque entero. Y no cualquier bosque: esto huele como perderse al anochecer en los cerros de Valdivia, con la neblina bajando entre los árboles y un silencio espeso, casi ritual.
Aquí no hablamos de notas alegres ni cítricos juguetones. Black Afgano está construido alrededor de una idea: la del hachís oscuro, resinoso, mezclado con maderas profundas, incienso, y una pizca ahumada que casi se siente verde y terrosa, como musgo mojado. No es literal, claro, pero el efecto es tan envolvente que uno casi puede verlo: ese líquido oscuro y denso que se pega a la piel como si fuera parte de ti.
Ideal para invierno, noches frías o esos días raros donde simplemente quieres desaparecer un rato del mundo. Este perfume no dice "mira qué rico huelo", dice "acércate si te atreves". Tiene una proyección moderada al principio, pero se queda pegado a la piel por horas, como la resina en los árboles del Parque Nacional Conguillío. Dura muchísimo. Y tiene ese aire místico que lo hace perfecto para quien quiere destacar sin gritar. Esto no es para todos, y ahí está su encanto.
Es muy masculino en su actitud, aunque no en sentido clásico. Va para quien le gusta lo oscuro, lo desafiante, lo que no busca aprobación. Si Nishane Ani era la fogata acogedora, Black Afgano es el fuego sagrado en una ceremonia ancestral, en una cueva al pie de la Cordillera de los Andes.
¿Similares? Pocos. Pero si te gusta esa onda misteriosa y resinoso-psicodélica, Interlude Man de Amouage va por ahí, aunque más explosivo y con más incienso. O Memo Irish Leather, que también tiene ese carácter verde y salvaje, pero más abierto, más a campo libre.
Cuando lo uses te dejará pensando "qué demonios es esto"? Porque Black Afgano no te deja indiferente. Nunca.