Ajmal Eternal 23
Ajmal Eternal 23 gira en torno a la rosa, estamos ante una propuesta mucho más rica y compleja de lo que parecía a primera olfateada. Esto ya no es el típico perfume masculino versátil y moderno. No, esto es otra cosa: es una rosa vestida de terciopelo negro, con bordes especiados, un toque místico y una elegancia que huele a ritual ancestral en una iglesia antigua en Quito, donde el incienso flota entre vitrales y madera húmeda.
La rosa es claramente la protagonista, pero no está sola ni es dulce de manera cliché. Es una rosa oscura, matizada por el incienso (olibanum) que le da un aire ahumado, casi religioso, y por el clavo y la pimienta rosa, que la convierten en una flor peligrosa, como esas mujeres fatales de película noir... o como una caminata nocturna por el barrio Lastarria en Santiago, entre arte, libros usados y vino tinto.
Las notas florales como la fresia, geranio y violeta suavizan un poco la intensidad, aportando un costado andrógino, elegante, casi polvoso, como el aire seco de un día en Tilcara, donde las flores silvestres crecen en medio del polvo del altiplano. Y ahí aparece el anís, sutil pero disruptivo, dándole ese aire licoroso, casi culinario, que lo vuelve distinto. No es gourmand, pero tiene esa sensación especiada que abriga.
En el fondo, la mezcla de almizcle, pachuli y sándalo redondea todo con una sensualidad cremosa y terrosa. No hay dulzura empalagosa aquí, sino profundidad. Huele como si alguien hubiera dejado una rosa fresca sobre un altar de madera recién pulida, y el humo del incienso la estuviera envolviendo lentamente.
En cuanto a fragancias similares, no está tan lejos de Portrait of a Lady de Frederic Malle (salvando las distancias en calidad y precio), o incluso Armani Privé Rose d’Arabie, si hablamos de esa rosa profunda con toque oriental. Pero Eternal 23 tiene su propio código: más especiado, más resinoso, menos opulento pero igual de intrigante.