Atardecer se siente como caminar al anochecer por los alrededores del Lago Ranco, en la Región de Los Ríos. La salida te golpea con el nardo, potente y floral, que recuerda las flores silvestres blancas que bordean los senderos húmedos cerca del lago, mezclándose con un higo dulce que evoca la fruta madura de un huerto sureño. Es una dulzura que no empalaga, sino que tiene un punto cremoso, como si el sol de la tarde estuviera derritiéndose en el aire fresco.
Pero luego, el perfume toma un giro más rudo y salvaje. El cuero sucio y ahumado aparece como el olor de las monturas y las fogatas que podrías encontrar en un campamento en la Cordillera de Nahuelbuta, donde la rusticidad de la vida al aire libre se mezcla con la majestuosidad de un bosque nativo. Es oscuro, terroso y algo desafiante, como un paisaje boscoso al caer la noche, con los troncos húmedos y el humo de la leña impregnando el aire.
Cuando se asienta, Atardecer abraza con las notas profundas de tabaco y cacao, recordando esas noches frías en Valdivia, con una taza de chocolate caliente artesanal hecha con granos tostados y un cigarro olvidado sobre la mesa. El cacao es oscuro y polvoroso, mientras que el tabaco tiene esa melancolía cálida que te envuelve como el olor de una chimenea encendida en una casa antigua, con la lluvia golpeando el techo de madera.
Es un perfume perfecto para las estaciones más frescas, como un otoño en los bosques del sur o una caminata por los cerros de Puerto Octay al atardecer. Su intensidad y su evolución lo hacen ideal para momentos especiales o para